miércoles, 26 de noviembre de 2008

¡Nñññiicccc Crashhh!

El sábado me embistieron con el coche. Siempre he querido empezar una columna con ‘Estuve de maniobras con tres suecas cachondas, gimnásticas y de mucho fundamento’, pero este fin de semana no se ha dado, qué quieren. A ver si el siguiente tengo más suerte.
Decía que me dieron una hostia con el coche, así que paso a relatarla.

Calle de una ciudad. Cuesta abajo. Bastante tráfico. Eres muy gráfico, sigue así. Trayecto para ver la nueva de Jamesbondix. Se abre el semáforo y circulo. ¿Se tira pedos un semáforo? ¿Se larga a casa cuando se cansa? Nuevo concepto fenomenológico: ‘abrir un semáforo’. Un vehículo gris plateado marca Audi, de los grandes (cómo no), pilotado por un soplapollas invade mi carril como quien tira de la cadena –ya saben, el coche compensa las carencias, etc.- y me toca frenar duro mientras me cago en la madre que lo parió y mi copiloto grita cosas que me niego a reproducir por respeto a los niños que leen esta página. De repente se oye y se siente un golpe por detrás –básicamente un ¡Nñññiicccc Crashhh!- y salimos disparados a toda leche como un torpedo en una piscina de Evacuol, a puntito de invadir el carril de sentido contrario para llevarnos por delante a otro vehículo. Muy divertido. Logro controlar el aparato sin pestañear, a lo James Bond, mientras veo cómo el conductor del Audi (latinoamericano) mira de reojo un par de veces, se hace el sueco y se marcha a la francesa. Qué hijo de puta tan internacional, pienso, y me convenzo seriamente por momentos para acelerar y colisionar (¿han visto que técnico estoy hoy?) con él para así, por lo menos, poder partirle la cabeza cuando se apee. No lo hago. Firmo el primer parte de accidente de mi vida, y espero que el último. Rellenar un parte de accidentes es como cuando echas el primer polvo y te crees dueño de ti mismo; has dado ese paso misterioso sin tener que hablar del tiempo e incluso puedes mirar a los ojos de la gente con la seguridad de quien se reconoce en otro nivel. Es la hostia.
El chaval que me golpeó a simple vista parece legal, ya veremos cuando me digan en la aseguradora que los datos son falsos.

Lo curioso de todo esto es que llevo soñando alrededor de un mes con un ¡Nñññiicccc Crashhh!, algo que me tenía muy mosqueado porque cada vez era más frecuente, sobretodo estando despierto.
Hace quince años un camión se saltó un semáforo en el que estábamos parados y nos embistió: el coche salió disparado veinte metros a velocidad de vértigo mientras mi padre lograba controlarlo para no estamparnos contra una fachada. Durante el impacto el tiempo en mi cabeza se ralentizó y pude ver cómo se rompían los cristales y cómo el techo del coche cedía hasta deformarse totalmente. Siniestro total. Esa vez –una de las varias en las que he estado a punto de coger el paro indefinido- tuve mucha suerte, porque íbamos con el maletero lleno, lo que amortiguó el golpe; de no ser así yo no estaría contándoles esto y ustedes podrían ocupar su tiempo en algo más productivo. Aquella noche no cené y me tragué una peli de terror en casa de mi abuela mientras esperaba a que alguien viniese a buscarme o me dijese algo. Todavía me angustio cada vez que veo a una enfermera cortando el esparadrapo con machete.

La gente no sabe conducir, y lo peor es que creen lo contrario, lo que nos lleva a pensar por qué demonios cuando metíamos la marcha atrás en los coches de choque –ya que sólo nosotros conocíamos ese truco- más de la mitad de la pista nos estrujaba. Figúrense, hace unas semanas ocho coches optaron por correr el rally Autopista-Payaso; uno de ellos, iba yo por el carril derecho, me adelantó por el arcén. En plena autopista. Como lo leen. La gente ha llegado a una punta de subnormalidad bastante imprecisa.

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