domingo, 28 de septiembre de 2008

Feria del libro (I)

Acabo de volver ahora mismito (oigh) de la feria del libro, y lo cierto es que ha sido un poco lo de siempre. El año pasado, como estábamos montados a horcajadas del euro, pude echar mano de la billetera con mucho más entusiasmo. Este año, con la crisis –que más que un latigazo parece una lavativa- la cosa ha sido bastante sobria y un poquito triste.
Un día de estos les hablaré sobre la feria del libro y todo lo que conlleva: precios, tipos de libreros, plastas seudointelectuales, estrategias para no ser engullidos por la masa y esas cosas, porque ahora me ha entrado el sueño tontorrón, así que ustedes sabrán disculparme.
Buenas noches.

viernes, 26 de septiembre de 2008

De árboles frutales

Tengo un peral en el huerto que este año, con eso de las lluvias y el latigazo de la crisis, le ha dado por echar frutos para alborozo de los circunstantes: unas peras grandes, olorosas, peras enormes, suaves y jugosas, peras limoneras. Los más atrevidos pueden recrearse en el astuto juego de palabras, que otros ya lo han hecho.
Los árboles frutales, así como las novias, son bastante caprichosos en lo que a dar se refiere; uno se pasa el año pensando “¿Dará y podré comer? ¿No dará? ¿Nos apañaremos con el espantapájaros como el año pasado? Dios, cómo me gustaría ser alto.”
Al árbol frutal –como a la novia- lo tiene que cuidar con mimo el hortelano, escardando y removiendo la tierra de su alrededor y regándolo de vez en cuando para que crezca y no se quede mustio.

El asunto de los abonos es muy interesante; se trata de una especie de ‘algo’ (estiércol, bombones, nitrógeno…), muy pequeño y de aroma sutil eso sí, que se ocupa de dar collejas a las plantas rezagadas.
-¡Crece!
-¡No quiero!
-¡Zasca! (colleja onomatopéyica)
-¡Jo!
Y la planta aprieta el culo y crece con un vigor y un porte sanotes que dan gusto.
Desde que conocí la composición del estiércol natural, lo que conocemos como ‘caca de bicho’, siempre me imaginé a un payés de cuclillas, haciendo fuerza y con cara de circunstancias sobre las verdes tomateras. Piénsenlo bien, es uno de los mejores métodos para hacer sostenible el planeta: te zampas las judías, regeneras el sobrante y a los pocos meses tienes unos tomates la mar de saludables. Los que hayan puesto cara de asco que se informen sobre el agua con que riegan las hortalizas que canjean en la tienda por la mitad de su sueldo; seguro que ya no les hará tanta gracia aquello de la berenjena multicolor o la lechuga de tres cuerpos.
La cantidad de mierda –llámese nitratos y jarabe vitaminado de azufre- con que se abona y se elimina a todo insecto vegetariano es ingente, pero como somos algo atascadillos sólo nos escandalizamos al pensar en si la carne de la hamburguesa será de rata o de torito capón.

Ya dicen que ojos que no ven, corazón que no siente, por eso más vale hacerse el sueco de vez en cuando y pensar que todo esto de la naturaleza es un misterio. Yo, por si acaso y dado que hoy puede ser un gran día, voy a ver si me llego hasta el huerto para recolectar alguna pera madura.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Sobre conductores y zoquetes

El otro día callejeaba en coche con un amigo y casi se nos empotra un Superaudi negro. Se ve que el gilipollas iba pasado y se comió un ceda; en vez de frenar aceleré y eso evitó la colisión. Era uno de esos ejecutivos cincuentones y semianalfabetos que suplen sus carencias y complejos de inferioridad con coches potentes que no saben conducir, injertos capilares que no se saben peinar y mujeres hermosas a las que no saben querer, creyéndose que van a comerse el mundo echando un par de polvos a golpe de billetera cuando en realidad son un subproducto del capitalismo zafio, burdo e insustancial.
El andoba frenó con una cara de pánico que no se tenía, y en el transcurso que va desde ¡hostias! a ¡mecagüentó! pude girar la cabeza y ver por el retrovisor el costado de mi coche a dos centímetros del morro del suyo. Curiosamente –tal vez sea una virtud- no me altero en el instante en que me ocurren estas cosas, toda la adrenalina me nutre la concentración y como soy algo apañado la cosa parece que llega a buen puerto, pero transcurrido un minuto -entrecejo fruncido, suspiro contenido y las pupilas encabronadas- sería capaz de hacerle comer la puerta del coche al imbécil del Audi y darle un nuevo uso a la palanca de cambios. Todo eso sin bajar la ventanilla.
Al final el suceso se quedó en un susto y un par de juramentos en esperanto por aquello de que la violencia, si no te ves forzado a ella, mejor bajo llave.

Hoy, cuando volvía para casa, me he topado con el autobús del pueblo, que bajaba una cuesta de montaña a ochenta, con lluvia y por mi carril, no les digo más. Ha venido de un pelo que esté yo aquí contándoles esto, porque más allá de la carretera hay un barranco sin quitamiedos, y no sé qué coño he hecho para no acabar en el fondo, porque ha estado a punto de embestirme por la proa y a toda máquina. El subnormal del autobusero ha dado tal volantazo que casi vuelca con todo el pasaje. Al final parece que también lo ha salvado por los pelos, aunque espero que le hayan dicho de todo y se hayan ciscado en sus muertos más frescos, y ya de paso todos le deseamos que le crezcan unas almorranas como champiñones al hijo de puta. Mañana bajaré al cuartelillo a quejarme o, depende de cómo me coja, me acercaré a la parada para darle de hostias en el cuello, primero en un huevo y luego en el otro.

La gente no sabe conducir, y cuando llueve la cosa se desmanda de un modo que parece increíble que se pueda relatar. Te dices, va, que te ha tocado uno entre un millón. Y una leche. Aquí, el que menos, tira de conferencia por el móvil o se olvida de que el volante es un instrumento que, a diferencia de su estupidez, puede girar. La conducción y la lluvia, menudo binomio para llenar páginas y páginas de despropósitos.

Me ha salido el artículo un poco traicionero, porque yo quería hablar hoy del ‘Día sin coches’, pero es que estoy algo tenso. El ‘Día sin coches’ es otra pantomima para mantener al personal ocupado pensando en lo bueno que puede llegar a ser, en lo tranquila que se le queda la conciencia por no haber ido a trabajar por ser bueno y en lo bonito y reparador que es sentirse miembro de un grupo con ideas afines que te cagas. Todo un chollo.
Los ‘Días de’ son un eficaz, portentoso y chabacano método para recordar que la sociedad genera bastante mierda y no sabe muy bien cómo limpiarla. El problema es que, pasado el día en cuestión, la mierda sigue creciendo, por lo que se le echan unas paladitas de cal y hala, al monte con las cabras. Alguno dirá, ya, bueno, pero por lo menos lo recuerdan, ya sabes, solidaridad, conciencia, alianza de civilizaciones, etc. Pues no, miren, siempre son demasiadas palabras y muy pocos hechos, y para mantener la conciencia tranquila nos vamos al confesionario después de haber pecado o lo que ustedes quieran, porque para hipocresías ya tenemos -además de los ‘Días de’- los ‘Comunicados Institucionales contra la violencia y el asesinato’; todos arregladitos y con cara de no haber roto un plato en su vida para la foto de colegio. Míralos qué monos. Y qué majos.
Para información del lector, las mujeres no dejan de cobrar menos porque haya un día de la mujer trabajadora. El Planeta no será sostenible (ya lo era antes de aparecer nosotros) porque a alguien se le haya ocurrido dejar el coche en casa un día al año; en todo caso, para que fuese sostenible habría que diezmar la población y castrar al noventa por ciento de los tíos, cosa que, bien mirado, no le hace gracia a nadie. Tampoco van a dejar de asesinar mujeres porque haya un día en contra de la violencia doméstica mientras haya una mierda de ley, así como no es Navidad todo el año.
No se puede ser tan arbitrista y tan necio para pensar que, porque un día montemos el sarao que corresponda, vamos a solucionar los problemas que genera nuestra convivencia en sociedad.
En próximas entregas quisiera desmenuzar todo lo anterior, porque aquí me queda un poco largo y luego se me queja el asistente, que si la gente va muy liada y esas cosas.

sábado, 20 de septiembre de 2008

¿Papeles para quién?

El campeón mundial de parchís, que trabaja en el gobierno, ha tenido la ocurrencia de parar por la calle a todo sujeto con cara de sujeto extranjero, o séase forastero, esto es, que no sea indígena, para examinar con la precisión de un aguilucho hambriento que tenga los papeles en regla.
Ante tamaña gilipollez propongo que, los que tenemos un aspecto más bien descafeinado, hablemos desde ahora con acento argentino, caribeño o caló cuando nos pare la madera. Es muy fácil, ya verán.
-A ver, los papeles, por favor.
-Che, boludo, ¿vos también fumás?
Pues eso.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Loquillo

Hoy hace una semana que estaba cachondo perdido –como el tío aquel que se paseaba en albornoz por las Ramblas- porque me hallaba en el Auditorio viendo tocar al Loco.
Acudir a un concierto de Loquillo son palabras mayores, sobretodo cuando vas solo, con cara de humilde y haciéndote el despistado, ya que en un principio te sientes un poco como colilla de cenicero espachurrada, hasta que la cosa se calienta y explota y no hay quien te pare, porque tú solito montas un sarao de campeonato para asombro del respetable.


El Loco, ese tipo. Le he visto ya varias veces y no deja de sorprenderme; tanto si va de recital como si revienta el escenario con su rock and roll. Dos metros que mide el tío y se quedan cortos, aunque mi colega el Richal piense que el tipo está acabado y que no vale “pa na”, pero oír esto viniendo de un informático que gasta Windows Vista e IE7, pues poco se puede esperar.
La diferencia entre Loquillo y otros artistas es que se trata de un tipo cultivado, inteligente y coherente: una curiosidad del género, vaya. Es auténtico.

Entré por la puerta y pedí por el servicio, que es lo habitual cuando vas a estos sitios, porque puedes llegar a pasarlo realmente mal si pimplaste demasiada cerveza.
-Perdona, me dejas pasar.
-Joé tío.
-Es que me estoy meando.
-Bah, los de abajo ni se enteran.
Si alguna vez han ido a un concierto sabrán lo que es tener la entrada en la mano, qué asiento les corresponde y no encontrarlo. Suele ser bastante humillante cuando hay gente que ya está sentada y te mira con un desprecio infinito “Mira ese, qué torpe.” Lo que tú no sabes es que ellos también han padecido de lo mismo, pero como ojos que no ven corazón que no siente se crecen y se te suben a la chepa.
Mientras vas mirando la numeración acabas por volverte loco: pares, impares, primos, gilipollas, “anda mira, el mío está por ahí”. Y como quien no quiere la cosa te has recorrido todos los pasillos del auditorio siendo objetivo del pitorreo general. “No, es que estoy buscando a un amigo.” Sí, sí, que te has perdido, chaval.” Joder, es que no perdonan una.

Se apagan las luces. Sombras. Gritos. Aplausos. Sujetador que vuela. Silbos. Cantos varios de la afición.
-¡Tío bueno!
-… tienes buen criterio.
En un principio la gente andaba algo tímida, pero el Loco le metió mano a Isabel y a Rock suave y se montó la de Dios es Cristo, porque dos o tres intentamos arrancar las butacas y, como no se podía, acabamos subidos encima gritando como posesos.
-Sel mah grande.
-Lo que yo digo, tres micros: uno para él y dos para sus cojones.
-Jajaj.
La cosa llegó a su máxima intensidad –con todo el clan bailando desde hacía rato- con la versión más potente que yo haya oído de Cadillac Solitario. La leche.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Facebook: distrito social

No tengo pruebas concluyentes –si las tuviera ya habría montado un chiringuito para sacarle tajada y dejar de malvivir trabajando-, pero estoy convencido de que el Facebook es pura y dura minería de datos, en plan topo bodeguero pero con aviesa intención. Si no, ya me explicarán qué fin tiene (y, sobretodo, a quién le interesa y se beneficia por ello) el que se vayan añadiendo contactos a mansalva y publicando los datos personales y académicos de la gente, que acaban fluctuando por una red social (sic) en la que, supuestamente (y tú que te lo creas), nadie puede acceder a esa información excepto tus amigos. ¿Nunca se lo han preguntado? Pues no se preocupen, que les ahorro el trabajo.

El Facebook es lo que se conoce como red social, o séase una página de contactos donde gentes de aquí y de allá -con la excusa de pertenecer a la escuela tal, a los cien mil detractores de o a la secreta y misteriosa logia de los tundidores de refajos- ponen su currículum vítae a disposición de los demás con el fin de encontrar amiguitos. Para animar al personal, los que manejan el cotarro le facilitan a uno lo que se denominan Aplicaciones, una suerte de gilipolleces varias que no tienen mucho sentido y que van desde regalar cervezas virtuales hasta que un programejo te diga cuál es el país en el que deberías vivir, pasando por venderte a ti mismo o que otro programejo te diga si eres lógico, cateto o insustancial. Tiene cojones, pero es así.

La minería de datos la utilizan las empresas y los gobiernos para mantener controlado al prójimo, sobretodo a raíz de la neurosis provocada por el terrorismo (que no deja de ser una empresa y un medio de vida); pero esto no se puede decir porque está feo y te tachan de malcriado y de poco solidario para con el bien común.
A mí me hace bastante gracia que se ponga el grito en el cielo porque te filmen las cámaras instaladas en las calles y sitios públicos, cuando tienes media docena de satélites apuntándote al culo –sonría, por favor-, que acechan todos tus movimientos y aquí nadie dice nada. Aunque el asunto tienda a lo paranoico, no he desvariado: si ustedes se conectan en Internet y acceden a Google Earth, podrán ver el tejado de su casa desde unos 200 metros de altura y al cabrón de su vecino expoliándoles el limonero del huerto. Ahora imagínense la resolución que puede llegar a tener un satélite militar (vulgo comunicaciones) y de lo que puede ser capaz de distinguir y con qué precisión. Yo una vez recibí la llamada de un tipo con acento de Carolina alertándome de que se me estaba quemando el arroz. Ya me contarán.

Las redes sociales, yo lo veo así, junto con los gestores de correo en línea y los formularios de todo tipo que rellenamos para registrarnos en las páginas güé, son la carretera secundaría para llegar a discernir y, por ende, controlar la conducta del individuo –mediante un baremo de consumo inopinado- cuando la Nacional ha sido cortada por una ley de protección de datos bastante potente. Puede sonar un poco raro y paradójico, pero reflexionen sobre ello: ¿quién demonios facilita nuestros números de teléfono a las compañías? ¿Por qué llevo ya ganados cuatro Mercedes, un Rólex y un pisito en Torrevieja por correo?
Ignoro lo que piensan ustedes (me encantaría saberlo), pero a mí me jode ser otro nudo en la maraña que refuerza una red de algo que dice ser un método para socializar a la población y que, sospechosamente, apenas lleva publicidad –que esa es otra: un escaparate gratuito donde se enseña el respetable y no se anuncia ni Dios.
En fin, este sistema ha cobrado fama en los días que corren; que cada cual haga uso de él como mejor le parezca, que ya somos mayorcitos, pero que se pare a pensar por un momento a qué obedece tanta generosidad altruista, porque digo yo que alguien le estará echando horas al asunto para que funcione. ¿O no?

viernes, 12 de septiembre de 2008

De cumpleaños y cosas

¿Han asistido alguna vez a una cena de cumpleaños? ¿Sí? Yo también, de hecho hace poco tuve una después de la pachanga futbolera. El momento de los regalos es muy emotivo porque de repente se oye sonar una bolsa de plástico entre las sillas y todos se miran medio riendo, todos menos el interesado, que la ha intuido y comienza a hacerse el sueco hablando del canguro cíclope de Tasmania con el compañero de al lado. También ha visto como la carta del restaurante rueda por la sobaquera de todos los comensales, que anotan algo en ella excepto él. De repente se oye un ejem, risitas, el nombre del interesado, un brazo que se alarga, un uhhh, el brazo que se acorta tocando el culo de la camarera, y el homenajeado que mira como diciendo “esto no va conmigo, qué significa y por qué tenéis esa cara de pánfilos.” Una vez se lo han dado intenta no descojonarse (esta es una reacción instintiva muy curiosa) y pone la cara de “no, por favor, no hacía falta, ya os vale, etc.”, mientras piensa “¿esto es todo lo que se os a ocurrido hijos de puta? ¿Un condón firmado? ¿Unas esposas peludas? ¿Un harapo con dos agujeros que simboliza el qué? Pues vaya mierda de amigos.” Y sonríe dando las gracias.

Las mejores cuchipandas son las que discurren entre caña y caña de bar cutre con el suelo pegajoso y caramelizado, donde las croquetas aplauden a ritmo de Bakalao y los langostinos se arrancan con una salve a la Virgen de Triana.
Las auténticas comilonas, las que te dejan buen sabor de boca, son las que terminan al filo de la mañana, sudando como un cerdo en matanza y habiendo cerrado la discoteca sin saber del cuerpo en el que habitas.
-No me siento las piernas, Manolo.
-No importa, sigue reptando.
Ustedes, si han entrado alguna vez en un tugurio de esta calaña, ya se habrán fijado que es similar a los documentales de La dos: un cacho de carne en el centro y todo de buitres alrededor. Parece que tengan un radar, los tíos. Normalmente pasa esto cuando salen dos, tres, a lo sumo cuatro amigotes, así que imagínense cuando son quince y entran con el radar a pleno rendimiento y el resuello etílico, ni Darth Vader, oigan; más que un radar aquello parece la onda expansiva de Nagasaki mientras la sala se convierte en la reserva provincial de aves de garra y colmillo afilado. ¿El águila Imperial?… El águila Imperial... Animalito.

Cuando eras pequeño las fiestas de cumpleaños solían darse en la casa de uno mediante una invitación muy cuca de ositos y confetis, con el horario establecido cautelosamente por los progenitores del hogar –de 17 a 20, o 20:30 los más osados-; acudían los amiguitos, se comía pastel y helado y luego salías a la calle a jugar. Ahora se llama por teléfono, quedas con los amigotes a las tantas para ir a la disco, entras, te comes un marrón, porque otra cosa ya me contarás y luego acabas en la puta calle con dos sujetos que llevan una moña de no te menees y que no tienen ni la voluntad ni la suficiencia para mear fuera de los pantalones.

Que te feliciten en tu cumpleaños es como cuando actualizas un programa de ordenador y te dice: ‘Felicidades, ha actualizado Cacaware 6.4 con éxito’, y tú “joder, que me ha felicitado, hostia, no me lo merezco, yo que tan sólo presioné el botón.” Te sientes como un niño. Sí, no se llamen a engaño, que le feliciten a uno desencadena una suerte de riegos hormonales bastante extraños que van desde la autocomplacencia hasta el odio caballuno y misantrópico por el individuo. ¿A quién le gusta que le recuerden que ya le queda menos? Ya lo sabe, se ha levantado esa mañana sabiéndolo sin necesidad de que nadie se lo recuerde. “Eh, que todas hieren y la última mata, artista.” “Que estás mayor.” “¡Abuela!” Gilipollas. O esos comentarios familiares de “ya tienes dieciocho años, ahora tienes más responsabilidades. Por cierto, felicidades.” U “hoy es tu día, el mando de la tele es tuyo; tendrás tu comida preferida.” Y tú te quedas con la cara más lerda que de costumbre y murmuras “pues me sabe mal, pero yo no veo la tele, y para disfrutar de mi comida preferida necesito algo más intimidad.”
-¿Perdona, has dicho algo?
-No, era mi rodilla.
Pues sí, hay que ver, hace cuatro días estábamos en el parque con la pelota y ahora estamos otra vez en el parque con el balón de oxígeno; el tiempo pasa demasiado deprisa como para malgastar unos ochenta días en la vida de una persona recordando que ya le queda menos y que no somos nadie, porque –sigan sin llamarse a engaño- ese día, el del cumpleaños, todo el mundo se encargará de recordárselo.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Algunas cosas, ciertas mentiras

¿Han tenido alguna vez la necesidad de conducir hasta un mirador para sentarse sobre el capó del coche, recostarse contra el cristal, flexionar una rodilla y pensar en todo lo que no han podido desentrañar?
¿Conocen la estúpida sensación de saber que la vida es una mala obra de teatro en la que todos leen un papel y a nadie se le entiende, pero siguen interpretando porque alguien ha pagado la entrada?
¿Alguna vez se han sentido extrañamente arrebatados de un mundo que no les pertenece y, sin embargo, quieren pasear por él, respirar su aire, mirar detrás de cada esquina y debajo de cada hoja caída?
¿Creen que puede haber algo más, en toda esta maraña de incertidumbres, que justifique una existencia digna y no un papelón de folletín barato cubierto de pensamientos programados?
¿Se han fumado medio paquete de gauloises sobre el capó de un coche, sin esperar nada a cambio mientras contemplan una ciudad dormida?

domingo, 7 de septiembre de 2008

Er furbo (I)

Con el mes de septiembre -que da un poquito de asco, para qué nos vamos a engañar- hemos vuelto a las andadas con la pachanga futbolera tras un veranito sin pegar ni sello y con más lesionados que en la jodienda del puercoespín. Ha sido increíble, nunca había visto a tanto tío arrastrarse por el suelo, resollando y pidiendo a voces que por favor le pegaran una patada en el hígado para dejar de sufrir. Debo reconocerlo por mucho que me pese: somos malos, bastante torpes, nos hacemos mayores y ni Dios está como para aguantar dos minutos triscando como la rata campestre; al que no le pesan los huevos aparece por la banda con una cervecita; uno se pasa la mitad del partido solucionando marrones informáticos por teléfono; otro se atonta con las del fútbol femenino (que, joder con el pantalón corto de las del fútbol femenino) y el que menos se hace el sueco cuando la bola pasa a más de treinta centímetros de su pie. El año pasado hubo quien se esnifo medio bote de Reflex porque decía que le pegaba el subidón y que con eso enfilaba hacia la portería pasando por encima al Ronaldiño y a toda la horda de castores perezosos que osara interponerse entre él y la pelota. Para que se hagan ustedes una idea, cuando hemos llegado al patatal alguno ha propuesto sacar las porterías fuera de las áreas para equilibrar un poco las distancias. Lamentable.

El fútbol se creó como sustitutivo de la caza, que a su vez sustituía a la guerra que venía siendo el entretenimiento popular de aquellos humanos rudos que miraban de forma indiscreta a la mujer del prójimo dejando escapar un “¡Urgh, chata!” El cónyuge, como es natural, le sacudía semejante garrotazo al mirón que le saltaba las orejas, y ya estaba liada la gresca, porque los hombres de las tribus, entre caza y caza, hacían de las suyas dándose de hostias en cuanto podían y las mujeres se despistaban. Los tíos cuando nos aburrimos nos sacudimos, y si no nos aburrimos nos seguimos sacudiendo. Luego jugamos al fútbol. Y así está la cosa.
El sujeto masculino, por lo general, ha estado intelectualmente ocioso y ha tenido ese no sé qué que en ocasiones no le deja distinguirse de un mueble rústico que no se sabe muy bien para lo que vale pero que está ahí; por eso, a lo largo de la historia, ha ido buscando entretenimientos varios que intentasen camuflar, en vano, lo que resulta de las tapitas de mamut y del Gran Invento de la humanidad por el que toda existencia cobra sentido: la cerveza. No se engañen, el hombre debería de haber conocido la cerveza desde sus orígenes, y si no que se lo pregunten a Dios cuando exclamó que quién coño le mandaría plantar manzanos y no campos de cebada en el paraíso.

El grupúsculo de sujetos que orbitamos alrededor del balón –sé que debería llamarlo equipo, pero no me atrevo- tiene tanto éxito que ya hay quien ha dejado su trabajo para venir a jugar con nosotros. Eso es un acto de fe, y no sucumbir al filete empanado con engrudo de patata que nos daban en la escuela. Otra cosa no, ya ven, pero expectación para parar un tren.
Quiero que sepan que el oficio de portero es siempre un poco desagradecido, porque gol que te cuelan cagada que te empluman, “joder, ya te vale, vamos a colgar una cisterna y un tirador del larguero, etc.” La contrapartida es que si se le mete el gol al contrario es el equipo el que ha marcado, la gloria del conjunto, la unidad, y no el matao que anda por allá atrás cogiendo setas. En nuestro equipo el sentido de la defensa se perfila al estilo de Godoy, esto es, dejando pasar a los de enfrente dándoles palmaditas en la espalda, por lo que al portero no le queda otra que echar los arrestos y ver qué pasa: “La pararé, no la pararé, pues joder qué pepinazo ha pegado el tío, ni que me tuviese manía. Coño, mírala, ahí viene; huy, eso trae muy mala leche, será mejor hacer que me resbalo para el otro lado y estos no se dan cuenta.” Aquí tienen las cuitas que sobrelleva un portero en esos momentos críticos que son: cuando tira una falta el mastodonte de turno, que mide dos metros de envergadura y tiene la pierna que parece una boca de incendios; y el otro, cuando te va a chutar el penalti un pavo que tiene a la novia en la grada, y tú ves que el tío coge carrerilla, endereza el torso, se echa el pelo hacia atrás, sonríe a la chavala correspondiendo a sus aleteos de pestañiles y se rasca los huevos sin mucho disimulo antes de reventarte las costillas con un trozo de cuero. Y ustedes dirán que cómo coño te va a pasar eso con un trozo de cuero, ni que fuese el cuellamen de Sarita Montiel. Oigan, pues pasa. Si un día van a ver un partido no se extrañen al reparar, cuando piten un penalti, en la portería vacía y el guardameta santiguándose en la esquina del córner.
-Perdona, que voy a chutar ya.
-Na, tranquilo, tu haz, ya si eso me paso luego.
Los hay cobardes.

Ilustración: danigm

¿Ustedes juegan al fútbol con los amigotes mientras sus novias, mujeres o queridas les ponen de vuelta y media?

viernes, 5 de septiembre de 2008

De vigilia. Na, por joder.

Les daría las buenas noches, pero yo ya no sé ni cuál es el límite del mediodía. Creo que mi reloj biológico ha decidido apuntarse como aspirante al cuarto misterio de Fátima y a darse un largo paseo por donde Cristo dio las tres voces. Eso o se ha vuelto gilipollas.
Lo he probado todo: con la cabeza hacia todos los rumbos (incluido el centro) de la rosa de los vientos; boca arriba, boca abajo; al estilo lechuzo y como la niña paranoica del exorcista; de perfil; sobre la cama y tendido en el suelo. Lo último que he probado ha sido dormir en la terraza en pelotas, al fresco y con un calcetín en la boca, pero como quien oye llover. A mí me daba que era por el puto teléfono móvil de quince bandas y media que no sé para qué coño sirven si nunca tengo cobertura y que, según dicen, funciona hasta cuando está apagado, pero más de una vez se ha ido de excursión por la ventana y el resultado ha seguido siendo el mismo. Tiene cojones la cosa.
Lo de la cabeza hacia el norte lo hago por aquello de la polarización de las células y de la presión arterial, que baja como si te pegases un tajo en la aorta, pero si les soy sincero no noto la diferencia. Tampoco me funciona lo de leer un libro, porque como empiece me lo acabo, y si me pongo tonto me ventilo los Episodios Nacionales sin pegar ojo, y después me muero, pero yo me los ventilo. Lo de contar ovejitas o moluscos gasterópodos no llega a buen puerto, porque por la cosa esta de la clonación (son todas iguales las muy jodías) acabas por descontarte y no veas cómo cabrea. También, por alguna extraña razón me imagino que estoy trabajando en MS-DOS dejando presionado el F3 hasta que se bloquea y comienza a pitar mientras la pantalla parpadea sin parar, y eso me pone más nervioso todavía.
A veces creo que me compraron con las pilas caducadas.
La verdad es que ya no sé qué hacer, tengo sueño y no puedo dormir. Es una de las muchas contradicciones que acaparo, aunque de las pocas que me tocan las pelotas con un desparpajo y un entusiasmo que dan asco. ¿Ustedes duermen bien? ¿Tienen la conciencia tranquila? Yo no.