lunes, 22 de septiembre de 2008

Sobre conductores y zoquetes

El otro día callejeaba en coche con un amigo y casi se nos empotra un Superaudi negro. Se ve que el gilipollas iba pasado y se comió un ceda; en vez de frenar aceleré y eso evitó la colisión. Era uno de esos ejecutivos cincuentones y semianalfabetos que suplen sus carencias y complejos de inferioridad con coches potentes que no saben conducir, injertos capilares que no se saben peinar y mujeres hermosas a las que no saben querer, creyéndose que van a comerse el mundo echando un par de polvos a golpe de billetera cuando en realidad son un subproducto del capitalismo zafio, burdo e insustancial.
El andoba frenó con una cara de pánico que no se tenía, y en el transcurso que va desde ¡hostias! a ¡mecagüentó! pude girar la cabeza y ver por el retrovisor el costado de mi coche a dos centímetros del morro del suyo. Curiosamente –tal vez sea una virtud- no me altero en el instante en que me ocurren estas cosas, toda la adrenalina me nutre la concentración y como soy algo apañado la cosa parece que llega a buen puerto, pero transcurrido un minuto -entrecejo fruncido, suspiro contenido y las pupilas encabronadas- sería capaz de hacerle comer la puerta del coche al imbécil del Audi y darle un nuevo uso a la palanca de cambios. Todo eso sin bajar la ventanilla.
Al final el suceso se quedó en un susto y un par de juramentos en esperanto por aquello de que la violencia, si no te ves forzado a ella, mejor bajo llave.

Hoy, cuando volvía para casa, me he topado con el autobús del pueblo, que bajaba una cuesta de montaña a ochenta, con lluvia y por mi carril, no les digo más. Ha venido de un pelo que esté yo aquí contándoles esto, porque más allá de la carretera hay un barranco sin quitamiedos, y no sé qué coño he hecho para no acabar en el fondo, porque ha estado a punto de embestirme por la proa y a toda máquina. El subnormal del autobusero ha dado tal volantazo que casi vuelca con todo el pasaje. Al final parece que también lo ha salvado por los pelos, aunque espero que le hayan dicho de todo y se hayan ciscado en sus muertos más frescos, y ya de paso todos le deseamos que le crezcan unas almorranas como champiñones al hijo de puta. Mañana bajaré al cuartelillo a quejarme o, depende de cómo me coja, me acercaré a la parada para darle de hostias en el cuello, primero en un huevo y luego en el otro.

La gente no sabe conducir, y cuando llueve la cosa se desmanda de un modo que parece increíble que se pueda relatar. Te dices, va, que te ha tocado uno entre un millón. Y una leche. Aquí, el que menos, tira de conferencia por el móvil o se olvida de que el volante es un instrumento que, a diferencia de su estupidez, puede girar. La conducción y la lluvia, menudo binomio para llenar páginas y páginas de despropósitos.

Me ha salido el artículo un poco traicionero, porque yo quería hablar hoy del ‘Día sin coches’, pero es que estoy algo tenso. El ‘Día sin coches’ es otra pantomima para mantener al personal ocupado pensando en lo bueno que puede llegar a ser, en lo tranquila que se le queda la conciencia por no haber ido a trabajar por ser bueno y en lo bonito y reparador que es sentirse miembro de un grupo con ideas afines que te cagas. Todo un chollo.
Los ‘Días de’ son un eficaz, portentoso y chabacano método para recordar que la sociedad genera bastante mierda y no sabe muy bien cómo limpiarla. El problema es que, pasado el día en cuestión, la mierda sigue creciendo, por lo que se le echan unas paladitas de cal y hala, al monte con las cabras. Alguno dirá, ya, bueno, pero por lo menos lo recuerdan, ya sabes, solidaridad, conciencia, alianza de civilizaciones, etc. Pues no, miren, siempre son demasiadas palabras y muy pocos hechos, y para mantener la conciencia tranquila nos vamos al confesionario después de haber pecado o lo que ustedes quieran, porque para hipocresías ya tenemos -además de los ‘Días de’- los ‘Comunicados Institucionales contra la violencia y el asesinato’; todos arregladitos y con cara de no haber roto un plato en su vida para la foto de colegio. Míralos qué monos. Y qué majos.
Para información del lector, las mujeres no dejan de cobrar menos porque haya un día de la mujer trabajadora. El Planeta no será sostenible (ya lo era antes de aparecer nosotros) porque a alguien se le haya ocurrido dejar el coche en casa un día al año; en todo caso, para que fuese sostenible habría que diezmar la población y castrar al noventa por ciento de los tíos, cosa que, bien mirado, no le hace gracia a nadie. Tampoco van a dejar de asesinar mujeres porque haya un día en contra de la violencia doméstica mientras haya una mierda de ley, así como no es Navidad todo el año.
No se puede ser tan arbitrista y tan necio para pensar que, porque un día montemos el sarao que corresponda, vamos a solucionar los problemas que genera nuestra convivencia en sociedad.
En próximas entregas quisiera desmenuzar todo lo anterior, porque aquí me queda un poco largo y luego se me queja el asistente, que si la gente va muy liada y esas cosas.

3 comentarios:

el kinomou dijo...

A mí lo que me gustaría saber es si anduvo al cuartelillo o le rompió los cojoncillos.
Enhorabuena por la fracesita sobre la estupidez.

Anónimo dijo...

HIjoputa el del audi!!!
Hijoputa el autobusero!!!!
Hijoputa el que invento el día de...!!!!
Hijo de puta hay que decirlo más!!!!


Uno con acento argentino (a veces).

Spirou dijo...

Al final no fui al cuartelillo ¡Dios sabrá por qué! Por otra parte no he vuelto a ver al conductor de la diligencia.

¿Vihte, che?