lunes, 12 de enero de 2009

Los sudores de la mente

Por menear los anclajes de la rutina, la Nochebuena pasada redacté la felicitación navideña, documento que se sostiene más en una reflexión sobre lo que opino de esos días que en la mera transacción emocional que enjabona las conciencias. La escribí y además la envié a algunos seres que conozco y que tal vez les pudiera interesar.

La misiva no se espeja en lo bueno, lo bonito, lo barato y quiere escapar de esas artimañas que diseccionan la moral para dar a entender que hay más cosas además de los villancicos y la felicidad de contrachapado, de la prosperidad y los realizadores deseos de tres por dos; que existen personas que pasan mal esos días, solas en casa, porque no tienen a nadie o porque la mano de la vida les ha resbalado a destiempo. Y es que a algunos parece acomodárseles la existencia en un cerrar los ojos a cuello vuelto.

De estos taitantos seres que he mencionado al principio me han contestado cinco. De estos cinco una no ha entendido nada, lo que reconforta; otro me dice que pasará el año intentando averiguar lo que he querido decir y que le debo algunos años por liarle la cabeza de vez en cuando; la tercera me ha comprendido a la perfección -habrá que creerla-, porque aún hay grados y mentes privilegiadas que se conjugan; el cuarto ha vivido en sus carnes algunos aspectos de lo que en el texto se dice y me exige generosa borrachera como satisfacción; la quinta ha procesado una contestación al uso y de futuro. Todo esto ha dado pie, no a darme cuenta -que ya lo tenía asumido- sino a cerciorarme de que más allá del límite se encuentra el vacío. He resuelto que, entre mi concepción del mundo y la realidad común, se alza un gigantesco muro, difícil de trepar por lo resbaladizo, aunque con discretas aberturas que dejan echar un vistazo a lo que hay en el otro lado. Lo interesante de ese muro es que no se distingue porque no se alcanzan a adivinar sus fronteras.

Desde siempre he tenido alguna dificultad para que la gente comprenda algunas de las cosas que quiero decir, y la lío parda cuando pretendo aclararlo. Con el tiempo me he dado cuenta de que mi percepción del mundo nada tiene que ver con esa especie de realidad social estandarizada ni con lo que piensan los demás; que no se ha de dar el minuto en que dejen de valer muchas preguntas que me hago sobre la conexión entre las personas.

¿Es posible establecer la complicidad entre seres humanos? ¿Cuándo se tienen las creencias viciadas, existe la posibilidad de modificarlas sin caer en el engaño? Cada individuo vende caras sus potencias y desgrana, en cuanto puede, los oráculos que le dispone el encadenar primero un pie y después el otro para llegar lo más lejos posible. No se dejen engañar: ser comporta la codicia de pertenecerse. Y eso despista.

lunes, 5 de enero de 2009

Celebraciones de Navidad

Hoy es noche de Reyes, de los Reyes Magos que un día decidieron olvidar la tierra que les dio a conocer.

Esto que observan es el precio de la Religión, lo absurdo de la política, la iniquidad de estar vivo y la miseria del ser humano.


La primera imagen es el resultado de un atentado del Harakat al-Muqáwama al-Islamiya (Hamás). La segunda es la consecuencia de los bombardeos de esta semana por parte de Israel sobre la franja de Gaza. La tercera, la que no ven, es una lista con los cientos de cenas, comunicados, almuerzos e indigestiones que se han librado, entre chisme y chiste, durante la existencia de Naciones Unidas. Como pueden ustedes comprobar aquí no se salva ni Dios.



No comprendo cómo podemos ser tan miserables. No hace falta que esta noche les dejen regalos en las ventanas de vidrios rotos, ni que recojan el eco de los lamentos que provienen del Muro, ni que les den una palmadita en la espalda en nombre de la Paz y de la Alianza de Civilizaciones -sed todos buenos, hay que tener fe, poned la otra mejilla, etc.-; por lo menos, aunque sólo sea eso, que no les arrebaten la sangre.

Hijos de puta.

jueves, 1 de enero de 2009

2009: revoltijo neuronal

He querido dejar pasar unas horas de dos mil nueve para notar los cambios, ya saben, lo que se consiente representar después de que la gente te desee una feliz salida y entrada de año –que por otra parte es una frase-gilipollez, ustedes disculpen- y la famosa retahíla de benevolencias que deja caer todo el mundo por estas fechas. Oigan, que no. Les aseguro que esta mañana he ido a mear y la tenía en su sitio, que mi mundo sigue girando sobre su eje y que la mierda que echaban anoche en la tele hoy apesta un poco más. Tampoco he crecido más allá de la expansión de los cartílagos, lo que no deja de ser una putada. Como le pasará a la mayoría de ustedes, digo yo, sus vidas no han mutado de un modo repentino ni su alma ha experimentado una desmembración de la carne; y no, no me vengan con la excusa de que ahora lo ven todo con un contraste diferente, porque les aseguro que eso tiene mucho que ver con la media docena de botellas vacías que se amontonan en sus fregaderos.

Ayer se rompió el año en mil pedazos, ¡y qué! La puesta a punto anual del 31 de diciembre la veo, desde hace algunos lustros, como un trámite algo soso, aunque este año haya tenido su gracia por un sujeto de tamaño pequeño que iba diciendo “voy” a cada campanazo, con el subsiguiente descojone colectivo.

Hoy es uno de enero de dos mil nueve, tampoco merece mayor precisión porque la vida sigue, no se para en seco y dice “hasta aquí hemos llegado, chato”. Quizá para alguien ése sí sea el caso, pero por lo general ahora toca batallar con lo que nos queda por venir. Yo tengo la mente aletargada y voy a necesitar un chute de algo, no sé de qué; les estaré agradecido si me ayudan a encontrarlo.