miércoles, 15 de octubre de 2008

Pequeña historia de la humanidad

Cuando ves a la gente ir y venir, en sus camiones, en sus coches, en el autobús con la mirada perdida, te preguntas de qué va todo esto.

Un planeta que genera vida y que tiene un grupo de pobladores del reino animal que aumenta en número rápidamente y que su único fin, como especie, es sobrevivir para poder engendrar nuevos pobladores que perpetúen dicha especie. Este grupo de pobladores, los seres humanos, han de convivir en un medio de equilibrio con la naturaleza que los rodea para no extinguir los recursos que hacen viable la supervivencia. Hasta aquí todo más o menos claro a grandes rasgos, el problema deviene cuando al ser humano se le desarrolla demasiado el cerebro y comienza a pensar en exceso… Y crea el Estado, la religión, la moral, la ley, la justicia, etc., canalizando y mezclando estos ingenios en un sistema al que tiene a bien denominar Sociedad. La sociedad la forman los seres humanos y es muy diversa y variopinta, en ella caben todos los extremos: desde el nacimiento de un individuo hasta la destrucción del grupo. La sociedad evoluciona buscando, mejor dicho, dando a entender que lo favorable es encontrar el bienestar de los pobladores mediante unas reglas. Para encontrar el bienestar se crea un sistema económico, el toma y daca daca, en el que unos pocos se llevan el gato al agua (como hubo de pasar con el control de los recursos hídricos allá en Mesopotamia, en los albores de la civilización). Este sistema económico se basa en la división del trabajo donde, en teoría, los más preparados acceden a puestos superiores y de mayor intendencia, lo que no es cierto en absoluto ya que quizá debieran ser los más inteligentes, pero esto no es así.

Con el paso de los días, la gente (el común de los seres humanos) se acostumbra a vivir en serie y basa la vida en: nacimiento, crecimiento, formación, trabajo, jubilación y adiós muy buenas. Se nace y se crece con cierta misericordia de la sociedad. En la etapa de formación uno ya comienza a ver las orejas al lobo y comienza a rascarse detrás de la oreja. La vida laboral, el trabajo, constituye el aceptar que ‘esto es lo que toca’ y que nuestros mayores logros van a ser: obtener moneda de cambio para –entre otras banalidades- cambiar el coche cada cinco años; encontrar, si es posible, y juntarse con otro ser humano para que la vida, tributaria y escurridiza, no se haga tan cuesta arriba; no quedarse calvo antes de los treinta; agenciarse una superhipoteca a cuarenta años para asegurar el buen nombre de la estirpe; y poca cosa más salvo excepciones, claro, que siempre las hay y muy honrosas. La jubilación es la etapa en la que, le guste a uno o no, acaba comprándose un par de zapatos de rejilla y dos pares de zapatillas azules todoterreno con la suela de goma de estar por casa, y se encuentra como entretenimiento de los días el control de la obra pública y en el cuidado del huerto. Luego llegan las impedimentas y la despedida de este mundo atroz sin que se conmueva nadie más que la familia y algún amigo despistado. A veces ni eso.

Lo que yo me pregunto es ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué nos ha tocado pensar? Si no discurriésemos más de lo convenido viviríamos en la felicidad circunstante y evolutiva de perpetuar la especie –de hecho, nos importaría un rábano, porque estaríamos programados genéticamente para sobrevivir y tener descendencia, sin tener que cavilar acerca de ello.
Uno se pregunta sobre la existencia y la no existencia, por los valores, por la dignidad, por los instintos y por el modo de que todo esto cobre algún sentido.

Mientras el cerebro evolucione nunca sabremos responder a la pregunta de ¿Por qué estamos aquí y cuál es nuestro objetivo? Tal vez tengamos noción de ello en el instante en que, por una causa no natural en sí misma, acabemos con lo que nos rodea y –no por efecto de capilaridad sino de idiotez y egocentrismo consumados- con nosotros mismos.
Aunque la vida fuese un sueño seguiríamos existiendo, porque es nuestra realidad holística y eso nadie lo ha de cambiar; por tanto es tangible, tiene un principio y un fin para nosotros y debería, si cabe, tener algún sentido. Eso creo yo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo *****, esta idea rocambolesca de que los humanos pensamos... no sé yo. Como tu bien dices, debe haber un sentido a la vida y ese mismo sentido son los sueños, los que sueñas despierto. Los que no necesitan más que el calor humano para despegar.

Spirou dijo...

Esto va más allá del calor humano.