lunes, 6 de octubre de 2008

Er furbo (y II)

El viernes pasado comenzó la liguilla futbolera ‘2008-Dios proveerá’ con un frío del carajo que, a más de uno, hizo que le crujiesen las bisagras y perdiese la sensación de peso que se le generó en la entrepierna cuando cumplió los quince; el equipo, como es natural, acudió a la pachanga mostrando sus más altas cotas de seriedad.
-¿Tienes esparadrapo?
-Cinta aislante.
-Joder… ¿Y Reflex?
-Na, pero echa un trago de esto, que es lo mismo.
En la media parte todo iba bien: nosotros ganando, las chicas de los de enfrente se habían cambiado de bando “Oye, creo que vamos con estos, son mejores” (sic), el árbitro borracho como una cuba y todos más contentos que unas pascuas. Al árbitro hubo que cambiarlo, como la pila del mp3, aunque en este caso se cambió él solito porque se largó en el descanso y no volvió pues no se tenía de pie el buen hombre; una cosa muy cachonda. A mí ya me había extrañado que le diese lo mismo que un tío del otro equipo regatease con las manos o que echase un pestuzo a aguardiente de no te menees, pero oigan, ya se sabe que esto es cuestión de opiniones.
Acabamos dando una soba importante al otro equipo, trabajándoles el estómago con goleada incluida, todo por el mismo precio. Este año no va a haber quien nos pare.

Al margen de la crónica me gustaría aclarar que nunca he entendido por qué los tíos conocen todos los equipos de primera, de segunda y de tercera regional, con entrenadores, árbitros y utilero incluidos. Un equipo de fútbol es como un país (algo más pequeño en tamaño pero no en importancia) donde el que corta el bacalao choricea de aquí y de allá y los que le rodean ya ni les cuento. Un equipo/club/entidad deportiva tiene elecciones y, últimamente se rumorea que hasta columbario. Tócate los cojones, Benita. Es como un serial radiofónico o novela río donde nunca se sabe muy bien lo que va a pasar: los jugadores que mienten y desmienten; el periodista que se erige en salvador y pretende derrocar al presi o al entrenador de turno; la simpatizante simpática que más que picarle el billete le han rejoneado el bonobús y cosas por el estilo.
Por las mañanas, en este país, el diario deportivo es lo que más se lee –puedes equivocarte con el pasaje de avión, pero conocerás con pelos y señales el estado anímico del portero del Spartak de Puertourraco. Cuando hay partido los programas de radio ceden su tiempo a la sección deportiva para que retransmitan el Sotillo-Cuescolobo y aquí no pasa nada, aunque es casi místico el poder oír cantar un gol al locutor, ojo. La conversación en las cafeterías y en las obras gira en torno al universo fútbol que es, por otra parte, una medida eficacísima para ensombrecer las preocupaciones diarias y para llenar el tiempo muerto de muchos que no saben qué hacer.

Siempre he creído que el fútbol es un poco como el sexo: hay que hacerlo o en su defecto verlo, pero no leerlo (y mucho menos que te lo cuenten, que es una vulgaridad). Con el primero se trata de jugarlo o disfrutar de algún partido importante con los amiguetes y unas cañitas. Con el segundo hay que encomendarse a la Virgen de los Milagros y, si es cierto aquello de que nos quedaremos todos ciegos por no sé qué, no darle importancia a esos videos picantones de Disney que andan por ahí.
Hace algún tiempo estuvimos pensando en apuntarnos a la liga femenina, por lo del pantalón corto, porque joder con el pant… Digo que por aquello de la igualdad y la integración y la confraternización y… bueno, ya saben.
Al final la gente se rajó; todos son muy gallitos cuando hablan -que si yo tal; que le hago un siete y esta se entera; a bocaos óyeme, a bocaos- pero a la hora de la verdad ahuecan el ala que da gusto. Todo muy fino.
-¿…? Eh, que pareces una tía.
-Joder, sí. Creo que necesito ayuda.

El fútbol es capaz de parar un país, si no que se lo pregunten a los brasileños cuando ganan los mundiales. Allí no trabaja ni Dios porque es fiesta nacional, y si no lo fuera tampoco trabajaría nadie a causa de la torta y la resaca posterior.

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