domingo, 7 de septiembre de 2008

Er furbo (I)

Con el mes de septiembre -que da un poquito de asco, para qué nos vamos a engañar- hemos vuelto a las andadas con la pachanga futbolera tras un veranito sin pegar ni sello y con más lesionados que en la jodienda del puercoespín. Ha sido increíble, nunca había visto a tanto tío arrastrarse por el suelo, resollando y pidiendo a voces que por favor le pegaran una patada en el hígado para dejar de sufrir. Debo reconocerlo por mucho que me pese: somos malos, bastante torpes, nos hacemos mayores y ni Dios está como para aguantar dos minutos triscando como la rata campestre; al que no le pesan los huevos aparece por la banda con una cervecita; uno se pasa la mitad del partido solucionando marrones informáticos por teléfono; otro se atonta con las del fútbol femenino (que, joder con el pantalón corto de las del fútbol femenino) y el que menos se hace el sueco cuando la bola pasa a más de treinta centímetros de su pie. El año pasado hubo quien se esnifo medio bote de Reflex porque decía que le pegaba el subidón y que con eso enfilaba hacia la portería pasando por encima al Ronaldiño y a toda la horda de castores perezosos que osara interponerse entre él y la pelota. Para que se hagan ustedes una idea, cuando hemos llegado al patatal alguno ha propuesto sacar las porterías fuera de las áreas para equilibrar un poco las distancias. Lamentable.

El fútbol se creó como sustitutivo de la caza, que a su vez sustituía a la guerra que venía siendo el entretenimiento popular de aquellos humanos rudos que miraban de forma indiscreta a la mujer del prójimo dejando escapar un “¡Urgh, chata!” El cónyuge, como es natural, le sacudía semejante garrotazo al mirón que le saltaba las orejas, y ya estaba liada la gresca, porque los hombres de las tribus, entre caza y caza, hacían de las suyas dándose de hostias en cuanto podían y las mujeres se despistaban. Los tíos cuando nos aburrimos nos sacudimos, y si no nos aburrimos nos seguimos sacudiendo. Luego jugamos al fútbol. Y así está la cosa.
El sujeto masculino, por lo general, ha estado intelectualmente ocioso y ha tenido ese no sé qué que en ocasiones no le deja distinguirse de un mueble rústico que no se sabe muy bien para lo que vale pero que está ahí; por eso, a lo largo de la historia, ha ido buscando entretenimientos varios que intentasen camuflar, en vano, lo que resulta de las tapitas de mamut y del Gran Invento de la humanidad por el que toda existencia cobra sentido: la cerveza. No se engañen, el hombre debería de haber conocido la cerveza desde sus orígenes, y si no que se lo pregunten a Dios cuando exclamó que quién coño le mandaría plantar manzanos y no campos de cebada en el paraíso.

El grupúsculo de sujetos que orbitamos alrededor del balón –sé que debería llamarlo equipo, pero no me atrevo- tiene tanto éxito que ya hay quien ha dejado su trabajo para venir a jugar con nosotros. Eso es un acto de fe, y no sucumbir al filete empanado con engrudo de patata que nos daban en la escuela. Otra cosa no, ya ven, pero expectación para parar un tren.
Quiero que sepan que el oficio de portero es siempre un poco desagradecido, porque gol que te cuelan cagada que te empluman, “joder, ya te vale, vamos a colgar una cisterna y un tirador del larguero, etc.” La contrapartida es que si se le mete el gol al contrario es el equipo el que ha marcado, la gloria del conjunto, la unidad, y no el matao que anda por allá atrás cogiendo setas. En nuestro equipo el sentido de la defensa se perfila al estilo de Godoy, esto es, dejando pasar a los de enfrente dándoles palmaditas en la espalda, por lo que al portero no le queda otra que echar los arrestos y ver qué pasa: “La pararé, no la pararé, pues joder qué pepinazo ha pegado el tío, ni que me tuviese manía. Coño, mírala, ahí viene; huy, eso trae muy mala leche, será mejor hacer que me resbalo para el otro lado y estos no se dan cuenta.” Aquí tienen las cuitas que sobrelleva un portero en esos momentos críticos que son: cuando tira una falta el mastodonte de turno, que mide dos metros de envergadura y tiene la pierna que parece una boca de incendios; y el otro, cuando te va a chutar el penalti un pavo que tiene a la novia en la grada, y tú ves que el tío coge carrerilla, endereza el torso, se echa el pelo hacia atrás, sonríe a la chavala correspondiendo a sus aleteos de pestañiles y se rasca los huevos sin mucho disimulo antes de reventarte las costillas con un trozo de cuero. Y ustedes dirán que cómo coño te va a pasar eso con un trozo de cuero, ni que fuese el cuellamen de Sarita Montiel. Oigan, pues pasa. Si un día van a ver un partido no se extrañen al reparar, cuando piten un penalti, en la portería vacía y el guardameta santiguándose en la esquina del córner.
-Perdona, que voy a chutar ya.
-Na, tranquilo, tu haz, ya si eso me paso luego.
Los hay cobardes.

Ilustración: danigm

¿Ustedes juegan al fútbol con los amigotes mientras sus novias, mujeres o queridas les ponen de vuelta y media?

No hay comentarios: