jueves, 7 de mayo de 2009

Mosquitos 2009

Cómo cambian los tiempos; hace un año me encontraba inmerso en una tormentosa relación con el radarcán -«Ya no me quieres», «Claro que no, cabrón, ¿has visto cómo me han dejado el brazo?»- dada su manifiesta inutilidad contra los mosquitos indígenas que merodean por mi zona. Estos bichos, zafándose del espurio funcionamiento del aparato, se alimentaban cual diputado de la sangre ajena y crecían rollizos en una esquina de la habitación.

Hoy he conseguido varios archivos de sonido de alta frecuencia que, según se piensa, pretenden ejercer de repelente con las mosquitas (recuerden, son ellas las que pican). Lo cierto es que ya había manejado archivos de este tipo y no les veía mayor utilidad, pero lo de hoy ha sido maravilloso, oigan, todo un descubrimiento: estaba yo leyendo -luz encendida, ventana abierta- y se me ha ocurrido pasar los archivos a la unidad móvil telefónica y ponerla en funcionamiento para contrarrestar el ataque de las bestias. En cuestión de cuatro minutos me he visto rodeado por no menos de nueve insectos devoradores, seis se posaban en brazos y piernas a discreción y los otros tres intentaban violar al teléfono con inusitada cachondez.

Ningún repelente que conozca y que no afecte a la estructura del edificio acaba por desterrar a las mosquitas picantonas, así que le he estado dando vueltas y como última medida desesperada se me ha ocurrido que este fin de semana voy a echarme cuatro o cinco copas al coleto y les voy a entrar. Como lo oyen, seguro que han visto alguna vez a ese sujeto discotequero que se acerca a las tías tambaleándose e intenta ligar o vayan ustedes a saber qué mientras éstas huyen despavoridas. ¿Qué les parece? Voy a esforzarme, se lo prometo.


Ponga un murciélago en su vida.

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