viernes, 15 de mayo de 2009

Los mapas

Tal vez les ocurrió alguna vez que yendo por la montaña, valle arriba, barranco abajo, se encontraron con que el camino desapareció y se convirtió en dos caminos o, sospechosamente, en tres. Si esto les suele pasar a menudo quizá debieran sacrificar esa última copichuela que acompaña al desayuno. En caso contrario no se apuren, porque ése, y no otro, es el momento en que –la ceja levantada y el suspiro categórico- chuperreteas el dedo para medir el viento y sacas el mapa topográfico de la mochila, porque te sabes un tipo previsor de los de tiritas, vaselina y agua oxigenada, hasta que te das cuenta de que
-Oiga, ¿y para qué quiere usted la vaselina?
-Señora, no interrumpa.
Decía que llegas a darte cuenta de que el camino por el que debes tirar está… exactamente al otro lado del borde del mapa. Ignoro si les ha pasado esto alguna vez, pero cuando ocurre se te queda una cara de gilipollas que no cabe en un espejo.

A mí me pasó algo parecido hace ya algún tiempo y fue la mar de divertido, porque sí, tenía la primera parte del mapa y conocía lo sustancial del camino, pero me faltaba la segunda parte y no podía calcular las distancias más que a ojo lagartijero, así que tuve que guiarme por el río y por un caballo algo desgarbado y de maligno mirar que venía persiguiéndome.
-¿Y eso no lo pudo usted remediar con la vaselina?
-Pues mire que durante un buen rato estuve pensado en darle utilidad, pero no, al final se fue.

La cosa se saldó tras cinco horas de caminata, cuando llegué donde debía (una ermita cerrada. Insisto, cerrada) y acusé la falta de agua y comida. La primera porque había sudado como un gorrino en matanza y la segunda… ¿a que no adivinan cómo me deshice del caballo? A esto, que ya parece Navidad, le suman ustedes un siniestro calambre en las rodillas. No una, no. Las dos. A veces la vida se regala con estas simpáticas ocurrencias que te hacen la existencia más feliz.
-He oído que con la vaselina también se alcanza cierto grado de felicidad, ¿es eso cierto?
Hay que joderse con la abuela, ¡cómo aprietan, eh! En fin, durante el camino de vuelta ya no podía llorar porque no me quedaba con qué, y estuve arrastrándome como un gusano los últimos cinco kilómetros. Una estampa deplorable; les pido que no se la imaginen por el bienestar de la moral y las buenas costumbres.

Como colofón sólo les puedo aconsejar que, a no ser que sepan encontrar raíces nutritivas y agua que no les deje secos por descomposición, incluyan en su mochila una guía cartográfica de los parajes adyacentes a los que quieran visitar, dos o tres litrines más de agua y polvorones o pan seco, que dan mucho juego.
Otro día les comentaré cómo se puede acabar en un vertedero nuclear gracias al GPS por la Nacional 2.

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