miércoles, 1 de octubre de 2008

La nobleza y la madre que la parió

Me hacen gracia los tipos que se dan aires de grandeza y un chute de importancia cuando en realidad son garrulos y advenedizos, como esos personajes que gastan traje oscuro y te miran por encima del hombro perdonándote la vida. Pobre diablo.
Una teoría que estoy cosechando, con cierto número de tipejos al uso, es que carecen de inquietudes intelectuales -y un mínimo de corrección hacia los demás- y no van a conseguir nada más en sus vidas que vivir al borde de la imagen y medrar en el miserable ir y venir de los días, yendo de la oficina al Carrefour, lavando el coche los domingos con chándal de táctel y zapatos de vestir, creyendo que han conquistado un mundo que ni si quiera les pertenece.
La condición humana, que es muy caprichosa, siempre ha buscado darse una importancia potencial que no es capaz de conseguir por otros medios, arañando el estrecho margen de virtud que pueda llegar a poseer el individuo, una virtud entendida como burda y majestuosa copia del arquetipo al que se siente capaz de emular. Para entendernos: hay gente que se siente tan insegura que lo combate parapetándose detrás de una imagen corporativa y mostrando un desprecio infinito hacia los que –según cree- no son de su condición. Gracias a Dios tiene parte de razón porque, en efecto, algunas personas no lo son.
Me gustaría que esta gente que te mira como a una cucaracha me dijese algo como “No te conozco, pero me caes mal.” Ahorraríamos muchos trámites, piénsenlo, para empezar el inicial, silencioso y definitivo “¡serás gilipollas!”

1 comentario:

el kinomou dijo...

Chandal de táctel? Quién sabe, quizás sí que sea gilipollas?