sábado, 30 de agosto de 2008

Arañas y sucedáneos

Hace tres semanas capturé una cría de viuda negra que se paseaba a sus anchas detrás de mi sobrina, que es un tapón y todavía no articula palabras con sentido, como el sesenta por ciento de la población. En España hay viudas negras que si te zumban te pueden dejar tieso; así se conocen también unas arañitas picadoras de color negro, con motivos rojizos según provincias que, aunque mucha gente no lo crea, habitan en nuestros jardines y bosques… “para que en las noches españolas no dejen de escucharse los hermosos aullidos del lobo.” Euh… perdón. Decía que capturé al bicho con un sutil golpe de mano ¡hop, hop! porque no tenía muy claro si era peligroso, y para averiguarlo lo metí en un tarro de cristal y lo tapé con un corcho; eso de aplastar seres vivos no es una de mis pasiones a no ser que tengan alas y me jodan el sueño con malas artes.

Tres semanas después todavía anda viva, sin sustento alguno, y metida en el bote por lo que podemos deducir que el día del juicio final, cuando la gente la esté diñando y yo aún no, que soy de los últimos de la lista y además eso lleva tiempo (Dios será Dios, pero éste no deja de ser el país que es), me tocará convivir con millones de arañas hambrientas que habrán sobrevivido al cataclismo y que, para pasar el rato, no tendrán otra cosa que hacer que pegarme picotazos en los huevos mientras un mosquito gigante me arranca la cabeza de un mordisco. Si se piensa bien la vida es una mierda, pero como lo otro es no vida y no te enteras por no estar vivo (vamos, digo yo) no te puedes quejar, y yo creo que eso es más frustrante si cabe que el estar vivo y que una araña te hinche los huevos a picotazos. Supongo que es una cuestión de gustos, y si no que se lo pregunten a las cucarachas, que han sobrevivido a todo tipo de desastres y gentuza y nadie ha oído jamás quejarse a ninguna.

La viuda negra –que se la conoce también como araña del trigo o del poto colorado, sí, han oído bien- genera una neurotoxina que te inyecta al clavarte sus uñas, que son los aparatos móviles que utiliza para ir jodiendo al personal. El resultado es que acabas medido lelo y con espasmos por todo el cuerpo similares a los de un ataque de caspa en plena playa nudista.
A mí la viuda negra en sí no me da miedo, hace años tuve una correteando por mi hombro al salir de una cueva; era un ejemplar grandote pero yo no me enteré hasta que sentí sus patas en mi cuello. Al principio me acojoné bastante, todavía era pequeño pero intuía que si me picaba en la yugular estaba listo; no porque maten de buenas a primeras sino porque al estar tan cerca del cerebro o te finiquita o te vuelves tan gilipollas que acabas fumándote el alcohol del botiquín. El caso es que se me ocurrió poner una ramita al lado y tuvo a bien montarse en ella para que yo la dejara en un matojo, ya les digo que no soy partidario de matar bichos y ése no iba a ser el momento de cambiar de planes.
Otra vez, cuando todavía era un escolar de pantalones cortos y arañazos en las rodillas, amanecí con una picadura de araña de tres por tres en la frente, con sus dos agujeritos y todo. Dolía como una certera patada en la bisectriz y la hinchazón no se me quitó en seis días, dejándome el entrecejo más vistoso que el de un klingon.

Las arañas suelen comer moscas, mosquitos e insectos lerdos que se dejan atrapar en lo pegajoso de sus telas, por lo que, como bien han adivinado, sí tienen una utilidad para el ser humano. Son como las ranas pero algo más peligrosas, sin contar, claro, con aquella leyenda (cierta o no) de cuando éramos críos de que el gargajo de sapo si te da te quedas calvo.
¿Sabían que los chalecos antibalas se confeccionan con un tejido basado en las propiedades de la tela de araña por ser uno de los materiales más cojonudos de la naturaleza (más flexible que el pan bimbo y más duro que el filete de mi abuela, que ya es decir)? Hala, pues ya lo saben.

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