jueves, 1 de enero de 2009

2009: revoltijo neuronal

He querido dejar pasar unas horas de dos mil nueve para notar los cambios, ya saben, lo que se consiente representar después de que la gente te desee una feliz salida y entrada de año –que por otra parte es una frase-gilipollez, ustedes disculpen- y la famosa retahíla de benevolencias que deja caer todo el mundo por estas fechas. Oigan, que no. Les aseguro que esta mañana he ido a mear y la tenía en su sitio, que mi mundo sigue girando sobre su eje y que la mierda que echaban anoche en la tele hoy apesta un poco más. Tampoco he crecido más allá de la expansión de los cartílagos, lo que no deja de ser una putada. Como le pasará a la mayoría de ustedes, digo yo, sus vidas no han mutado de un modo repentino ni su alma ha experimentado una desmembración de la carne; y no, no me vengan con la excusa de que ahora lo ven todo con un contraste diferente, porque les aseguro que eso tiene mucho que ver con la media docena de botellas vacías que se amontonan en sus fregaderos.

Ayer se rompió el año en mil pedazos, ¡y qué! La puesta a punto anual del 31 de diciembre la veo, desde hace algunos lustros, como un trámite algo soso, aunque este año haya tenido su gracia por un sujeto de tamaño pequeño que iba diciendo “voy” a cada campanazo, con el subsiguiente descojone colectivo.

Hoy es uno de enero de dos mil nueve, tampoco merece mayor precisión porque la vida sigue, no se para en seco y dice “hasta aquí hemos llegado, chato”. Quizá para alguien ése sí sea el caso, pero por lo general ahora toca batallar con lo que nos queda por venir. Yo tengo la mente aletargada y voy a necesitar un chute de algo, no sé de qué; les estaré agradecido si me ayudan a encontrarlo.

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